En las calles de Hong Kong todo es movimiento. Los siete millones de habitantes parecen tomarse las calles, el metro y los centros comerciales a cualquier hora del día. Caminan rápido, compran con desmesura y cruzan los semáforos en manada, como aplastando el tiempo.
El metro atraviesa la ciudad, por el mar, en menos de media hora, mientras afuera los tranvías coloridos se relevan cada minuto como una secuencia de fotogramas presentando el espectáculo aplastante de las grandes marcas internacionales.
En el centro financiero los andenes han sido reemplazados por escaleras eléctricas y balcones transparentes, que cuelgan entre los rascacielos, conectando todo ese universo vertical posurbano. Frente al mar y a la península de Kowloon, está el centro de exposiciones al aire abierto. A mí me toca Botero. El Esfinge, el Rapto de Europa, la Mujer con Cigarrillo… mi momento de complicidad colombiana en medio de edificios futuristas.
Al atardecer entiendo porque hay miles de mujeres musulmanas en la calle. Es domingo, su único día libre. Han estado de compras toda la tarde y ahora arman picnics por todos los parques de la ciudad, en medio de risas y selfies que seguramente mandan de inmediato a sus familias en Indonesia. Son la mano de obra oculta que mueve la ciudad, cuidando los niños y limpiando las casas.
El lunes ya no están, parece que la ciudad solo les pertenece una vez a la semana.
He encontrado esta página muy interesante, a mí me encantan los países asiáticos. ¡Las fotos son muy bonitas, y me han hecho querer descubrir más!
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