Para disfrutar de San Francisco seguramente hay que tomarse toda una vida en los bares de Castro, probando los restaurantes de Chinatown, recorriendo los senderos del parque del Golden Gate, los museos del centro o echado en los jardines del parque Dolores. En dos días yo solo veo todo eso como en una vitrina mientras camino ocho horas diarias entre barrio y barrio para poder imaginar lo que es vivir en una ciudad conocida por ser una de las más abiertas y progresistas del mundo.

Lo primero que me impacta es que por algunos sectores del centro abundan los habitantes de la calle, en su mayoría afro-americanos. El panorama me hace aguar los ojos (entre las drogas pesadas, el alcohol y los problemas mentales, me parece increíble ver tanta miseria humana junta). Detrás, huele a gentrificación, pobreza y racismo estructural que se juntan y se potencializan con los efectos colaterales de la tecnología y su crecimiento exponencial. A lo que personalmente agregaría: la indiferencia del mundo WASP, Geek, Bro, privilegiado. (Una historia que seguramente es mundial y merece muchos debates y ojalá acciones)
Pasado ese primer impacto, lo demás es de verdad de vitrina, empezando por los lugares comunes del turismo sanfranciscano que permiten barrer la historia de la ciudad (y un poco de Estados Unidos): la primera misión española donde se fundó la ciudad (en honor a San Francisco de Asís); el puente del Golden Gate (época de entre guerras); los barcos de la Segunda Guerra mundial que llegaron a Normandie con la antigua isla-prisión de Alcatráz de trasfondo; la librería y el bar de la generación de escritores BEAT; las placas, banderas y memoriales que rinden homenaje a las luchas por la diversidad sexual desde los años 70; el bar Zoetrope de Coppola; las casas típicas “painted laidies” de la televisión de los años noventa, etc.










Detrás de la arquitectura caminé por los barrios emblemáticos de Chinatown, Japantown, Mission (barrio latino) y Castro (barrio gay). Es como dar una pequeña vuelta al mundo en pocos kilómetros, cada barrio con su idioma, su comida, sus símbolos. Entre los abuelitos chinos jugando cartas en los parques y la bachata que se oye por el barrio latino me pregunté qué tanto influye la pertenencia al barrio en la identidad de un sanfranciscano y si en el país de las libertades realmente cada uno es libre de pertenecer o no a una comunidad, sea ésta étnica, social o cultural.













Y lo que más me gustó: el arte urbano. Los sanfranciscanos expresando a todo color su diversidad, sus dolencias, todas sus fronteras permeables…
















A través de este blog, la ciudad de San Francisco está muy bien ilustrada. El enfoque en su aspecto artístico muestra su diversidad.
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