Laos: saludo al sol

Si Phan Don es un archipiélago fluvial: cuerpos de tierra, islas o islotes que aparecen y desaparecen según el caudal del Mekong. Aquí el mítico río se despide de Laos en su camino hacia Camboya y se divide en tantos brazos como cabe la imaginación. Cuatro mil islas traduce el nombre, pero bien podrían ser las mismas diez reproduciéndose al infinito. Yo regreso a Don Det porque en un viaje anterior me prometí que cuando tuviera tiempo me quedaría contemplando el Mekong por muchos días. Y desde que llego siento que la fuerza del río supera el recuerdo y la imaginación. Cada mañana observo el amanecer desplegar sus mejores tonos, por etapas: primero una línea naranja errando en el horizonte; luego una capa espesa de visos morados reflejándose en el agua, seguida por una bola de fuego que se va levantando, despacio, hasta quedar suspendida en el cielo, iluminando todo el paisaje; su tamaño disminuye pero una aureola blanca proyecta destellos de luz enceguecedora a su alrededor.

Después del amanecer no hay prisa, la vida va deslizándose al ritmo del río, calurosa, anquilosada, y yo me recuesto en la hamaca a ver pasar los pescadores, los niños uniformados, el mercado, la basura, el maldito plástico. Espero el atardecer para pedalear, en plenitud total, entre los campos de arroz. Ahí se me antojaría acostarme y flotar en ese colchón verde-amarillo mientras me mece la brisa del río y me despido del sol bajo una luz tenue. Me quedaría dormida, sola, en el silencio de la naturaleza, soñando que mi vida tiene tantos horizontes como los caminos despejados entre los arrozales, sintiendo que fluyo por los meandros del río, o aún mejor, que soy el río, el Mekong, cualquier río, Ríos caudalosos o metafísicos, hasta despertarme de nuevo con el cielo partido en dos por una línea naranja.