Filipinas: tiempo y agua

Para los filipinos el tiempo es irrelevante. Uno puede esperar largas horas por un almuerzo que no llega, una respuesta que se eterniza, un barco que nunca sale. Mientras haya sonrisas, ningún momento se considera perdido, porque en un país de siete mil islas el tiempo no se gana ni se pierde, las horas fluyen según el ritmo de las olas, los minutos son lluvias de tifón, puertos improvisados, nudos de marinero efímeros.

En el universo turístico de Palawan mi tiempo es de “vacaciones dentro de las vacaciones”. Suspendo mi vuelta al mundo introspectiva para tomar cerveza San Miguel, bailar en los bares de reggae y broncearme en las playas de arena blanca. Hay chicos guapos, paseos en moto entre atardeceres mágicos, risas con amigos latinos y pinchos dulces de plátano asado. Converso con los filipinos porque no hay otro pueblo asiático que sienta más cercano (quizás porque compartimos haber sido colonia española y su idioma tagalo conserva muchas palabras en castellano; también porque todos aprenden inglés a tiempo completo en el colegio por lo tanto puedo tener conversaciones reales con mujeres de todas las edades).

Durante mis vacaciones en el paraíso, mi tiempo es agua pura que corre con fuerza por las cascadas y luego desemboca tranquilamente en el Océano pacífico. Allí navego entre islas de roca caliza y lagunas de múltiples colores; nado muchas horas buscando peces en las barreras de coral y en los barcos de guerra abandonados; me acomodo al tiempo filipino de agua cristalina que al entrar en un nuevo año todo lo purifica y lo renueva.